Sus ojos estaban cegados por la luz del sol; su mirada era clara: de días atrás, de penas añejas.
Sus labios parecían ausentes de un te quiero, repleto de un te necesito olvidado.
-¿Qué?
-Sí, lo mismo. Terminó como terminan las historias a larga distancia. Terminó como terminan los amores con vergüenza.
La mujer secaba sus ojos y repasaba sus labios saboreando el mal sabor que sus lagrimas habían dejado al recorrer por completo la longitud de sus rostro; los saboreo como reconociendo cada gota.
Hermosa en todas sus facetas, en todos los ángulos, magníficamente proporcional, pero sus sentimientos ya no compartían equilibrio alguno…
Surgió de manera silenciosa y sentándose delicadamente (como todo lo que hacía) miro el paisaje, como despidiéndose de el, como pidiendo que la recuerden, casi como regalándose perdones.
Fue entonces cuando su teléfono sonó y casi no dijo nada… Su alma se disgrego en pedazos, se disolvieron sus besos en los míos. Quise decirte que ya no me importaba, pero mi orgullo no lo permitió, y si, es el mismo que me impide decirte lo mucho que me haces falta y aunque suene sin sentido , sucede que me conformo con tenerte de esta forma a no tenerte más. Porque se supone que debo empezar otra vez, es por eso que destruí mi silencio, el que carcomía y se escapaba entre tanta oscuridad, destruí hasta mi dignidad por venganza. Vendí mi situación, dije que te quería de nuevo, que te extrañaba como nunca… y volví a violar las promesas aburridas que le hago a mi orgullo.
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