El calor de las frazadas era cómplice del montón de caricias que se inventaban,
se arrebataban y se acostumbraban por la mañana.
Poco a poco la soledad se lleno de él, con su nombre, su perfume, su sonrisa
y todo eso que lo hace especial; ya no era lo mismo despertar.
Poco a poco, fue entendiendo que ese mundo no era el de ella.
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