Despeje todo lo necesario para llegar a mi solución, no encontré todas las palabras, al menos las usuales para que puedas entender que no sé últimamente de qué me hablas.
Entre tanto, sabemos que mucho de lo que digas nunca lo voy a entender, y sobre todo, compartir.
Las pequeñeces más insignificantes son de repente mentiras a grandes escalas, motivo de gritos, de confusiones, de palabras alborotadas que buscan más que nada herirte, disminuir tu grandeza y tu persona equiparándola con la nada misma; y sin querer después de gritar y no escuchar lo que digo siento que ya no hay vuelta atrás, que dije de todo menos lo que siento, porque vos no tenes la culpa de esta distancia, de mis errores, de mis fracasos.
Debe ser este otoño que me hace querer hacerte dueño de mis palabrotas, de mis descaros y mi mala suerte, culpable hasta de mis ganas de no desayunar, de patear cada piedra y pisar cada hoja, de querer dormir hasta tarde sin ánimos de socializar con nadie y llorar por todo y por nada en especial.
Debe ser esta soledad de turno que provoca reducirlo todo hasta la mínima expresión, tal como me siento.
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